Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza
Escenas de lenguaje (María Negroni)

Toda persona. Una defensa de la sanidad pública (Sergio Calleja Puerta)
Sergio Calleja Puerta apela en este breve ensayo a la solidaridad, la justicia social y los derechos humanos. Trabaja en la sanidad pública y sabe de lo que habla. Sabe qué vale la pena mantener y qué hay que defender.
Por eso el primer capítulo se titula El espíritu del 45. Aquel espíritu que se manifestó al acabar la segunda guerra mundial, en el Reino Unido. Los británicos decidieron que si habían conseguido doblegar a los nazis, deberían intentar derrotar también a la pobreza, al desempleo, a la ignorancia y a la enfermedad en su país. Y eso pasaba por crear un Sistema Nacional de Salud.
Y todo esto tiene que mucho que ver con la conquista de los derechos, a la que cierta oligarquía financiera se opone. Para ello Calleja recurre a las palabras de Enrique del Teso.
El derecho a la educación pública evita la manipulación de las clases populares. Los derechos no existen sin el servicio público que los garantiza. Para allá esa falta recursos había impuestos y eso va en contra de la tendencia de la acumulación del capital en manos de la oligarquía. Los derechos son un espacio de lucro perdido. Por eso el trabajo constante para su acabado servicios públicos.
En España, por culpa de la dictadura franquista, tardamos unas cuantas décadas mas en poder tener una sanidad pública. La cual hoy quieren muchos privatizar, bajo el argumento o mantra de que lo privado siempre es más eficaz y eficiente que lo público.
El autor advierte de los cuatro riegos principales que entraña la colaboración público privada, a saber: en la mayoría de los casos es el método más caro de financiación. Conlleva más riesgos por la parte pública. La colaboración público privada suelen adolecer de falta de transparencia de escrutinio, y en algunos casos pueden resultar en abusos contra los derechos humanos, sociales, ambientales y de género.
Lo que es evidente es que hay ciertos espacios que el mercado no cubre (dado que este solo atiende a los dictados del rendimiento, la eficacia, la eficiencia, la rentabilidad etc) y esos servicios, o la garantía de ciertos derechos, solo pueden ser prestados por el Estado. Y a veces incluso el Estado falla. Lo vemos en la Cañada Real, o lo sucedido en El Ejido, cuando fue noticia, en el 2000, por unos asentimientos chabolistas y otras viviendas que les iban a reemplazar y que nunca se hicieron.
Esos derechos que antes fueron privilegios pueden volver a serlo. Lleva razón Sergio.
En nuestros días el Estado, tomado el asalto por el pensamiento neoliberal, no reconoce en la práctica los derechos asociados al estatus de ciudadanía, pues contempla la ciudadanía desde una doble condición: como un «recurso humano», al servicio de la economía y, en el reverso, como una «carga social».
Las palabras de Gramsci, de 1917, con las que concluye el libro no pueden ser más acertadas.
Lo que sucede, no sucede tanto porque algunos quieren que suceda como porque la masa de hom-bres abdica de su voluntad, deja hacer, deja amarrar los nudos que luego sólo la espada podrá cortar, deja promulgar las leyes que luego sólo la revuelta podrá derogar, deja que asciendan al poder hombres que luego sólo un motín podrá derrocar. La fatalidad que parece dominar la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Algunos maniobran, otros trafican material-mente con los sacrificios de muchos, otros todavía desangran al prójimo; pero pocos, en realidad, son los que actúan, los que luchan.
Sergio Calleja Puerta
Toda persona. Una defensa de la sanidad pública
KRK Ediciones
2025
106 paginas
Tener éxito y vender libros (César Antonio Molina)
Reproduzco el artículo publicado en El País el 27 de mayo de 2005.
Tener éxito y vender libros
César Antonio Molina
¿Cómo hablaré de algo que desconozco? El éxito era, únicamente para mí, escribir bien y ser reconocido por ello. Pero un poeta amigo a quien admiro por su espiritualidad y el alejamiento mundanal confiesa estar muy contento con su último poemario porque se ha vendido muy bien y está en la lista de los libros más vendidos de varios suplementos literarios. No porque sea tan bueno como los anteriores y renueve el reconocimiento a su magnífico estilo, sino, simplemente, porque ha tenido más compradores. Pero ¿son los compradores lo mismo que los lectores? No me gusta esta idea terrible de la literatura como algo «democrático», es decir, la equiparación del comprador con el votante y, por lo tanto, quien más ejemplares vende más votos obtiene y es el elegido. La literatura, a lo largo de la historia, se ha hecho de manera «antidemocrática». No hacía falta vender o vender mucho, ni siquiera hacía falta un reconocimiento inmediato. El éxito era algo raro y escaso. ¿Sobrevivirán quienes hoy lo disfrutan? El poeta luso Fernando Pessoa, carcomido por semejantes pensamientos, comentó: «Lo importante es tener éxito, no tener condiciones para el éxito». ¿Cuántos -incluso el mismo autor del Libro del desasosiego- han tenido condiciones para el éxito y no lo alcanzarán jamás? Él lo alcanzó varias décadas después de muerto, pero eso ya no era éxito sino el reconocimiento del que no puede disfrutar el beneficiado, pues para tener éxito hay que estar vivo y saberlo, vivirlo y administrarlo, cultivarlo o dilapidarlo.
Hay un cuento del novelista norteamericano Mark Twain que, lejos de ser divertido, es aterrador. Ejemplifica muy a las claras cuanto estoy diciendo. Un gran soldado, el capitán Stormfield, habiendo muerto heroicamente, sube al cielo y pide conocer al más importante genio militar de todos los tiempos. Quizás pensó que, ante él, aparecerían Alejandro, Julio César o Napoleón Bonaparte, pero no fue así. Le presentaron a un sastre del condado de Sussex. El capitán quedó estupefacto e inquirió a sus interlocutores por las hazañas que había llevado a cabo semejante personaje para eclipsar las de tantos otros generales famosos de la historia antigua y moderna. Alguien le respondió que era el mayor genio militar del mundo, pero jamás nadie se había dado cuenta de ello «pues, habiendo nacido en hora inadecuada, no tuvo ocasión de demostrar sus incomparables cualidades bélicas». ¿Cuántos han nacido en hora inadecuada?
León Tolstói reflexionó sobre este asunto en los Diarios, escritos entre los años 1847 y 1894. Para el maestro de la narrativa rusa había dos tipos de felicidad: la de los hombres virtuosos y la de los hombres vanidosos. La primera tenía su origen en la virtud; la segunda, en el destino. ¿No pertenece el éxito a esta última? «La vanidad es una pasión incomprensible, uno de esos males parecidos a las epidemias con los que la providencia castiga a los hombres». El creador de Guerra y paz añade más adelante, en otra página de los Diarios: «Debo acostumbrarme a que nadie nunca me comprenderá. Éste es, seguramente, el destino común de la gente demasiado difícil». Al autor de La sonata a Kreutzer o Resurrección estoy convencido que le gustarían los siguientes versos de su contemporánea, del otro lado del mundo, la poeta norteamericana Emily Dickinson, cuando escribió: «Success is counted sweetest / by those who ne’er suceed…» («El éxito resulta más dulce / para quienes nunca lo alcanzan…»). Kierkegaard comentó que «la desconfianza no cree en nada y se engaña por completo», y Mircea Eliade añade: «La desesperanza es la mayor dicha». El éxito es ser alguien, el fracaso es ser nadie o nada. Pero el fracaso es más que el no tener éxito. El fracaso es la otra cara activa del éxito, mientras que el no tenerlo es no ser nadie. «Tan frágil como la gloria es el rostro», dice William Shakespeare en su obra de teatro Ricardo II.
La gloria, el éxito, el fracaso o ninguno de estos amores imposibles: «Deja de hacer locuras, y lo que ves que se perdió, dalo por perdido». ¡Qué sabio era el romano Cátulo!, pero aún más mi maestro Michel de Montaigne, quien señaló al éxito como algo perjudicial para el pensador: «Cuan propicio para la sinceridad el que un escritor no tenga que vender libros, preocuparse por las críticas y mantener al público a favor de su imagen». ¿Quién procura el éxito? Los lectores, los compradores, los votantes, los autores contemporáneos, los críticos. El autor y la obra literaria avanzan, como en el poema de Alfred Tennyson, en medio de una batalla: «Cañones a su derecha, / cañones a su izquierda, / cañones frente a ellos / descargaron y tronaron; / embestidos por balas y obuses / cabalgando con bravura; en las fauces de la muerte…». El autor inglés tiene otro poema muy significativo titulado Poetas y críticos: «Al final se sabrá qué es verdadero: / pocos al principio verán tu sitio; / unos querrán que brilles bajo, / otros muy alto -no es culpa tuya-. / ¡Ve a lo tuyo y crea a tu gusto! / Un año va al talón de otro año, / más rara vez llega el poeta, / y más raro es el crítico». ¿Pero el éxito no iba sólo con el destino? «Preguntaban por mí los que nunca me buscaron, me encontraron los que no invocaban mi nombre» (Isaías). ¿El nombre del éxito o el del fracaso?
El éxito, como escribe Czeslaw Milosz, es algo ilusorio porque ¿para qué le sirve a uno un nombre conocido si aquellas personas que lo pronuncian no saben muy bien por qué es famoso? Un día mandé a mis alumnos de periodismo bajo la estatua de Miguel de Cervantes frente al Congreso de los Diputados. Interrogaron a un buen número de transeúntes sobre aquel monumento. Muchos no supieron decir de quién era, otros desconocían el resto de las obras del autor del Quijote, los más ignoraban que era manco. Incluso un señor de buena apariencia llegó a afirmar que el brazo se lo había cortado la Inquisición por haber escrito el Quijote. No, no nos asombremos. El éxito sólo se mantiene vivo en el propio gremio, entre una minoría, y fluctúa siempre con el tiempo. No es un valor seguro ni permanente, sube y baja en la bolsa de los gustos y las consideraciones de cada época. «Con seguridad, el Premio Nobel da cierta fama, sin embargo, no se puede olvidar que las personas que saben por qué uno recibe este premio son sólo unas pocas, ya que el porcentaje de buenos lectores es muy pequeño, quizá un poco mayor o menor dependiendo del país», escribió el premio Nobel polaco. La verdadera gloria y fama literaria siempre es efímera y a título póstumo. Quien crea que la ha obtenido en vida se equivoca. Y el vender miles de libros, afortunadamente, tampoco es un salvoconducto para la inmortalidad. Una generación relee a la otra y, ya sin prejuicios, rescata u olvida, ratifica o sentencia negativamente. «No hay que elogiarse a sí mismo, aunque se tenga derecho. Porque la vanidad es cosa tan común, y el mérito, por el contrario, es cosa tan rara. No obstante, Bacon de Verulanio pudiera no estar del todo equivocado cuando pretende que el semper aliquid haeret (siempre queda algo) no es cierto solamente de la calumnia, sino también de la alabanza de sí mismo, y cuando la recomienda en dosis moderadas», escribe Schopenhauer.
El cínico filósofo francorrumano Emil Cioran nos previno a todos sus incondicionales lectores de que él, teniendo todos los defectos del mundo, «no tenía el de ser escritor». Afortunadamente, no hizo caso de sí mismo.